2010年4月23日金曜日

Sangre en el Sahara español

Sangre en el Sáhara español
Activistas saharauis y tropas españolas se enfrentaron bajo el manto de silencio impuesto por la censura de Franco. En vida del dictador se gestó el juego de intereses al que asistimos aún en el Sáhara. El profesor Alejandro García lo explica en un libro, del que publicamos un extracto
28/03/2010

Sin la intervención del Ejército francés en enero de 1958 probablemente el Sáhara Occidental habría sido entregado a Marruecos en ese tiempo. Aunque la censura franquista impidió que en España se conociera la dimensión del asunto, desde hacía un año el territorio vivía en guerra, en una guerra de guerrillas a la manera del desierto.

España y Francia se habían repartido Marruecos en 1912 con la coartada de la crónica inestabilidad del reino y bajo la figura del Protectorado. El centro útil del país, para Francia, y el montañoso norte y la franja desértica entre el río Draa y el Sáhara, para España. Un movimiento soberanista cada vez más intenso en Marruecos y la evidencia de lo incongruente de la ocupación desembocaron en la vuelta del sultán Mohammed V del exilio y en la retirada de las dos potencias en 1956. Conseguida la independencia, el movimiento nacionalista marroquí, encarnado por el Istiqlal, y su brazo armado, el Ejército de Liberación, consideraron que quedaba por rescatar el sur del territorio, el desierto, todavía en manos coloniales.

Teniendo como centro logístico Gulimin, primera ciudad sahariana al sur del Anti Atlas, el Ejército de Liberación, o Dij Tahrir, comenzó su labor de reclutamiento y las primeras acciones militares en el sur. Objetivo: hostigar a españoles y franceses hasta recuperar los territorios del Sáhara que consideraban propios. Es decir, la colonia española y medio millón de kilómetros cuadrados de la Argelia francesa. A mediados de 1957 el Dij Tahrir era ya un movimiento armado integrado por una masa de combatientes saharauis con una muy seria capacidad de hacer daño, practicando la guerra del desierto: distancia, movimiento, sorpresa y retirada. Atacaron a los franceses en Um el Achar y en Tinduf (Argelia), y bajaron hasta Agmar en Mauritania. En los siguientes meses le tocaría a España.

Que miles de saharauis se enrolaran en la insurgencia fue una amarga realidad que desvelaba la falacia de la fraternidad entre pueblos hermanos. En junio de 1957 un informe del gobernador de la colonia, el general Zamalloa, alertaba del ambiente explosivo en el Sáhara e indicaba que en las partidas armadas había gente de todas las cabilas, especialmente Izarguien, pero igualmente Ait Lahsen, Tidrarin o Ulad Delim. Y, en relación con la mayoritaria erguibat, era preocupante que sus dos notables jefes, Jatri uld Yumani y Lehabib uld Balal, fueran parte del movimiento armado. No de una guerrilla, sino de una guerra cada vez más sangrienta.

La guerra obligó a España a evacuar los indefendibles puestos militares del interior y las escaramuzas se fueron acercando peligrosamente a El Aaiún; atacaron Bojador y Argub y, a finales de 1957, unos 2.000 guerrilleros anillaban las cercanías de la capital. El 12 de enero de 1958 una bandera de la Legión sufría una carnicería en Echdera, a 20 kilómetros de El Aaiún, 48 muertos y más de 60 heridos. Paralelamente, en el muy reducido enclave de Sidi Ifni, 300 kilómetros al norte, la potencia de fuego era aún más concentrada.

Fue en ese momento cuando se barajó en Madrid la idea de entregar a Marruecos el Sáhara Occidental a cambio de mantener la plaza costera de Sidi Ifni. Involucrarse en una guerra abierta hubiera requerido informar a la opinión pública y afrontar la onerosa logística del traslado de tropa, artillería, marina y aviación. Con el inconveniente de la prohibición norteamericana de usar contra Marruecos el único armamento moderno recién vendido por Estados Unidos. Los 200 muertos, 64 desaparecidos y 600 heridos -la mitad de los cuales probablemente murieron después- hasta ese momento era lo máximo que se podía encajar manteniendo la invisibilidad.

Pero la disposición de Francia a volcar hombres y materiales en una guerra total convenció al Gobierno español de que era la oportunidad de erradicar la insurgencia. A mitad de enero se firmó en Las Palmas un acuerdo entre ambos países para poner en marcha lo que se conocería como Operación Teide (Ecouvillón para los franceses). Durante los siguientes dos meses, más de cien aviones, casi 20.000 soldados y cientos de piezas artilleras emprendieron una operación tenaza en la que la aviación laminó a conciencia con metralla y fósforo las áreas insurgentes y, de paso, lo que se movía en la superficie. "Las oleadas de aviones pasaban cada día tirándole a todo lo que se movía, animales, personas o jaimas. Murió la mitad de nuestro ganado, la gente estaba aterrorizada. Después de esto casi todas las familias abandonaron el desierto y se fueron a la ciudad. Sin camellos la vida ya no era posible aquí", recuerda un afectado. Los que tuvieron relación con la insurgencia o sentían el peligro de la autoridad colonial huyeron con sus familias a Marruecos. Miles de personas abandonaron enseres y ganado para salvar la vida y llegaron en un estado de absoluta miseria al paupérrimo pueblo de Tan Tan. Mientras España estuviera en el Sáhara, jamás podrían regresar, la frontera se había blindado a conciencia y desde entonces fue conocida como la Línea Roja.

Era la segunda vez, pero no la última, que a la gente del Sáhara español se le imponía un aislamiento fragmentado derivado de la acción colonial -la siguiente se produciría en 1975-. Los que huyeron al sur de Marruecos sufrieron un costo mayor, separación familiar y horizonte de miseria. Tan Tan se convirtió en la capital del exilio, creció con los que vinieron del Sáhara, que ahora eran la inmensa mayoría de su población, y debieron soportar la áspera desconfianza con que eran tratados por las autoridades locales, siempre funcionarios del norte. Con los años, Tan Tan se convirtió en una caldera a presión en la que se cocería a fuego lento el resentimiento antiespañol, y a partir de 1970, donde se incubaría la organización que después se conoció como Frente Polisario. Sus fundadores, en buena parte hijos de los exiliados, eran jóvenes que habían crecido escuchando las historias de guerra que sus padres contaban y que más tarde ellos emularían. Y, cuando llegara el despegue económico en la parte española, les embargaría la convicción de que los hermanos y primos de España vivían mucho mejor que ellos, incubando la sensación de país robado. "Con la explotación de fosfatos, nos están robando la riqueza, y nada nos llega a nosotros".

Al apostar por mantener la colonia, el Gobierno español debía iniciar un proceso de reconfiguración política y administrativa, crear las instituciones de representación y gobierno que hasta la fecha habían sido postergadas. Y, sobre todo, tomarse en serio a la población local, integrarla en la gestión y brindarle instancias representativas. En enero de 1958 se puso en marcha este complejo andamiaje institucional con la integración del Sáhara como nueva provincia española. "Tan española como la provincia de Cuenca", según el presidente del Gobierno, Carrero Blanco.

(...) Justo cuando se ponía en marcha el nuevo organigrama para la provincia del Sáhara, le llegó al Gobierno español el primer aviso de Naciones Unidas instándole a preparar su salida. Apelando a la resolución 1514 de 1960, referida a la legitimidad y urgencia de la descolonización en el mundo, la Asamblea General hacía suyas las conclusiones de una Comisión Especial en la que instaba a "adoptar inmediatamente todas las medidas para la liberación del territorio". Era diciembre de 1965. En la segunda resolución, un año después, la Asamblea General precisaba algo más y señalaba que la descolonización tendría que hacerse en conformidad con la población autóctona y en consulta con los Gobiernos de Marruecos y Mauritania. En la tercera, diciembre de 1967, señalaba por primera vez que el procedimiento de salida debería incluir un referéndum que recogiera la opinión de la población nativa. Estas llamadas de Naciones Unidas se repitieron todos los años a instancias de la reunión anual de los jefes de Estado de la Organización de la Unidad Africana o de las cumbres del Movimiento de Países no Alineados.

Para sortear de momento los avisos de la ONU e ir ganando tiempo, el Gobierno español utilizó a la nobleza tribal integrada en la Yemaá y el Cabildo. La coartada para permanecer fue que los representantes del pueblo nativo así lo querían. (...) El punto de vista de los chiuj era que España continuara unos años más y diera tiempo a madurar una generación de dirigentes locales. Y les incomodaba lo que creían eran maniobras de los países vecinos cabildeando en Naciones Unidas. (...) Al apostar por seguir con España a medio plazo, "hasta que haya una generación preparada para llevar el timón", como solían repetir, indicaban que su agenda de futuro se guiaba por un tiempo propio. No eran, en absoluto, ajenos a la urgencia descolonizadora, conocían los equilibrios internacionales y los intereses geopolíticos. Parecía que los ritmos de vida económicos y sociales en la colonia daban la razón a sus calendarios. Los hallazgos y explotación de riquezas, la rápida urbanización, la incorporación universitaria, la ayuda y tutela de España, hacían pensar en un país viable, en una nación independiente.

(...) Pero algo ocurrió en junio de 1970 que, imprimiendo nueva aceleración a los hechos, acabaría desarbolando la administración española en el Sáhara y, de paso, neutralizaría la acción de los chiuj. El episodio está unido a un nombre: Sidi Mohammed Bassiri, erguibat nacido en 1942. Aunque se hizo enormemente popular después de su muerte, Bassiri vivió tres años de intensa actividad clandestina en el Sáhara español. Hijo de nómadas implicados en la guerra del Dij Tahrir, había vivido su juventud en Marruecos y gracias a una beca del reino estudió periodismo en Casablanca y más tarde en El Cairo y Damasco. Aquí, como otros jóvenes, quedó atrapado por el socialismo panárabe del Baaz y Nasser. A su vuelta a Marruecos funda una revista (Chomoa) y, a causa de un artículo, El Sáhara para los saharauis, debe esfumarse y desaparecer del país. En 1967 entra semiclandestinamente en territorio español y se instala en Smara, protegido por su extensa familia y amigos. Su cultura y don de gentes lo convierten en un hombre carismático capaz de atraer a cientos de jóvenes fascinados por sus ideas y palabra que acuden a Smara para encontrarse con él. Lo que Bassiri encuentra en el Sáhara español, que no conocía, es una maquinaria colonial que practica la seducción y la compra pero con una enorme capacidad represiva, una nomenclatura tribal que vive acomodada al sistema y es alérgica a los cambios bruscos, un importante segmento de población satisfecho de la conexión a la economía colonial y, por fin, una juventud urbana que se adhiere al nacionalismo militante, sin descartar la vía armada. (...) A tenor de las cartas que escribió y de su último escrito, el Memorando que envió al gobernador del Sáhara, Bassiri concebía la independencia a 10 o 15 años vista mediante un proceso concertado con el ocupante. La organización, bautizada como Harakat Tahrir (Vanguardia para la Liberación de la Saquia el Hamra y Río de Oro) tuvo un crecimiento espectacular; a mediados de 1970 calculaban que unas 7.000 personas eran miembros cotizantes. Un informe secreto de la Delegación de Gobierno fechado en El Aaiún alertaba de que "el movimiento era ampliamente sostenido por los jóvenes de las ciudades, pero más alarmante aún es la integración en ella de un número considerable de soldados de Tropas Nómadas, policías locales, intérpretes, administrativos y personal de confianza de los jefes de puesto". Por primera vez había en el Sáhara una organización política masiva, aunque clandestina, que discutía todas las opciones de futuro, y su importancia seminal estriba en que fue el primer instrumento político genuinamente saharaui, una escuela independiente de discusión y organización y también por primera vez una organización supratribal liberada de la clasificación étnica.

(...) El 17 de junio (de 1970) se produjo el desenlace. Ese día el Gobierno del Sáhara había convocado una manifestación festiva para celebrar la nueva provincia española, habría un gigantesco banquete para miles de personas en la Plaza África y acudirían, como siempre, miles de hombres y mujeres vestidos con melfas y darráas, desfiles y tropa de gala. Parece ser que aunque Bassiri se opuso en un principio, finalmente se plegó a la mayoría; temía una carnicería y sabía que él mismo corría serio peligro. Aun así, viajó con los demás a la ciudad y se opuso a cruzar la frontera mauritana como le aconsejaron.

En la mañana de ese día una multitud de jóvenes venidos de todo el Sáhara recorrían la ciudad con pancartas en las que podía leerse: "El Sáhara para los saharauis". Por la tarde, son miles los concentrados en el barrio de Zemla (Jatarrambla) que a gritos piden la presencia del gobernador para entregarle el memorando. El gobernador Pérez de Lema, pensando que es capaz de resolver el problema recurriendo, como siempre, a las buenas palabras, se desplaza a Zemla y recibe el memorando al tiempo que les dirige un discurso apelando a los lazos de hermandad e invitándolos a la fiesta. El general se va, pero la masa sigue concentrada. Tres horas después aparece el delegado gubernativo con una escolta de sesenta hombres, cuando de la multitud sale una lluvia de piedras que alcanza a los visitantes. Estos se retiran. A las 19.30 aparece una compañía de la Legión que toma posiciones frente a los concentrados, el capitán al mando da orden de dispersión, pero la respuesta es otra lluvia de piedras. Seguidamente suenan los primeros disparos, que en poco tiempo se convierten en una granizada de tiros. (...) Bassiri desaparece, pero la tropa rastrilla la ciudad. A las tres de la madrugada de esa noche finalmente lo encuentran escondido en una casa: nunca más se le volverá a ver. Según la versión policial, tras tres horas de detención fue llevado a la frontera y expulsado a Marruecos. Pero hoy está confirmado que, después de torturarlo, al amanecer fue conducido a un campo de dunas próximo a El Aaiún y fusilado.

Con la matanza de Zemla, el asesinato del líder y las detenciones que siguieron, España había agotado su crédito ante la población local, los esfuerzos de conciliación de los chiuj ya no serían creíbles y la opción posibilista e integradora de Bassiri, abortada. A partir de entonces comenzarían a desvelarse los intereses reales de quienes se sentían con derecho a participar en el gran juego que estaba a punto de empezar.

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